En contra del mito del amor propio

 

El peor consejo que podemos recibir es el de que “si no nos amamos, nadie nos va amar”.

¿Cuántas veces hemos escuchado la frase “mientras tú no te ames, nadie te va amar”? Es un tipo de mantra que uno luego se repite y que se torna un imperativo silencioso sobre el amor, y uno de los dichos más complejos de liberarse. Es un consejo que nos da abrigo, o camisa de fuerza, en los momentos de encontrar pareja.

El culto al “amor propio” es casi una religión moderna. Tal vez sin Dios, ya sabemos que el príncipe azul o la princesa a ser liberada no existen. Pero el amor propio, eso sí, nos salvará.

¿Será tan así? Está claro que son fantasías infantiles. Cuanto más nos frustramos en nuestras relaciones, más recurrimos a las promesas de esas fantasías que nacieron en la infancia.

Desplazamos toda nuestra angustia de descontrol de las relaciones hacia un super-investimento en algo que creemos que podremos dominar: a nosotros mismos. Freud (1914) lo llamó narcisismo primario.

¡No me voy a tirar abajo! ¡Voy a correr una maratón! ¡Voy a ser la mejor versión de mí!

Ese pensamiento carga un tipo de delirio de autosuficiencia y un fuerte deseo de control que, en vez de ayudarnos con la falta (o la soledad) que yace en nosotros, y la impotencia, nos arroja (Heidegger, 1927) en busca de una sed de completud proyectada dentro de nosotros: ¿se impone la soltería o predomina el sentirse abandonado? Ante estas preguntas se impone una exacerbación del sí mismo y los mantras son su eco: ¡No me voy a tirar abajo! ¡Voy a correr una maratón! ¡Voy a ser la mejor versión de mí!

Pero la “mejor versión de mí” ¿para quién es? ¿es para uno, que, así como la mayoría, sigue siendo inseguro y se siente insuficiente? La hiper-productividad llegó al amor-propio, y lo que llamamos de auto-desarrollo o crecimiento personal ahora es una auto-opresión.

Comprender qué es el amor-propio, no es un camino, como suele pensarse, individual, sino social. Es esencial no solo para liberarse del peso de tener que amarse de forma solitaria, como rever que el “Ideal del yo” (Freud, 1914) es esa mirada que estamos buscando para finalmente amarse. ¿De qué sirve salir de una relación tóxica si lo que tenemos es una relación tóxica con uno mismo?

Vuelvo a la idea de que el amor-propio no es tan propio, no es un camino individual, simplemente porque la propia noción de Yo es entendida a partir de la mirada de otro.

Freud (1914) en “Introducción al narcisismo” se refiere a él de la siguiente manera: “Una unidad comparable al yo no puede existir desde el comienzo; el yo tiene que desarrollarse”.

Nos entendemos a partir de cómo fuimos vistos, mirados, cuidados y juzgados por nuestros primeros cuidadores. No necesariamente nuestros padres biológicos sino, por los que consideramos que fueron nuestros padres. Hoy es el momento de repensar mentalmente todo aquello que escuchamos de ellos: “eres tonto”, “no sirves para nada”, “siempre estás molestando”, “eres muy confiado”, “puedes ser más inteligente como tu hermano”, etc.

Para el psicoanálisis somos síntomas de nuestros padres. Pasamos nuestra vida intentando ser amados como base en lo que entendemos de qué es una persona digna de ser amada. Internalizamos e introyectamos la idea de que, si no somos “lo suficientemente buenos”, la culpa es nuestra, y, en una cultura de “querer es poder”, creyendo que si corregimos todo lo que falta, seremos finalmente amados por los otros o por nosotros.

 

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